La relación que mereces VS la que ofreces



La pregunta es muy sencilla… ¿Por qué seguimos buscando a la pareja ideal o la relación perfecta? Estoy de acuerdo en que no habría nada mejor que estar enamorado de alguien que además de tu pareja pueda ser tu mejor amigo (a), que te entienda, que te acepte como eres y no tenga ningún pedo con tu pasado amoroso o tu presente desastroso, pero pensemos por un minuto… Aunque no es imposible de lograr, una relación así es difícil de encontrar, entonces ¿por qué seguimos idealizando algo que quizá muchos de nosotros no hemos experimentado aún?

Vamos a empezar por no culpar ni a Disney, ni a las películas o las telenovelas que tantos crecieron acostumbrados a ver. No, es muy fácil echarle la culpa de nuestras expectativas a miles de factores que nada tienen que ver con la realidad. Así que paren de mamar y de pensar que si estamos en busca de “la pareja perfecta” es porque así nos enseñaron que debía ser.

Sí, todos merecemos tener a nuestro lado a alguien que nos haga sentir más que especiales, que nos trate no como ordinarios sino como algo casi humanamente increíble, que nos derrita el corazón y nos tenga felices las 24 horas del día, sí, todos merecemos eso, pero ¿cuántos se ponen a pensar en lo que están dispuestos a dar antes de enlistar todo lo que merecen?

Más de una vez me he topado con comentarios en los que dejan muy claro que quieren a alguien que tenga metas, que trabaje, que sea ambicioso y seguro de sí mismo, que valore a su pareja, que no sea infiel, que sea detallista y no ande de puto o puta, que le guste la fiesta pero no tanto, que disfrute su tiempo con amigos para que también te de tu espacio a ti, y sobre todo, que a pesar de todo eso sepa darte tu lugar como su pareja. Suena muy chingón, ¿pero estás consciente de que al exigir también se tiene que ofrecer?

Claro, buscamos la perfección sin darnos cuenta de que uno mismo no es perfecto, de que quizá estamos pidiendo fidelidad, pero a la primera que alguien “hot” nos escribe en Facebook o Twitter ya andamos dando saltos y coqueteando “inocentemente” porque ¿qué tiene de malo? Ah, pero que no te la apliquen a ti porque entonces sí arde Troya. La coherencia es nula, lo que pides no es lo mismo que das y es entonces cuando me pregunto… ¿Por qué siempre pensamos en lo que queremos recibir y no en lo que estamos dispuestos a dar a cambio?

Antes de idealizar y tener en tu mente el tipo de pareja que mereces, ¿por qué no te pones a pensar en el tipo de pareja que puedes ser? De más está exigir que sea alguien inteligente cuando tú no lees ni un puto libro en todo el año, de más está pedir que te respete como pareja cuando tú no te respetas a ti mismo (a) y cada que vas al antro lo haces con la idea de no pasar la noche solo en tu cama. De más está decir que es muy fácil tener claro el tipo de persona que queremos conocer, pero no está tan claro el tipo de persona que somos.

Por muchos años me pregunté porqué mis relaciones no funcionaban, porqué si conocía a alguien con todas las características que necesitaba, aún así el chicle no pegaba y terminaba siempre solo y deprimido. La respuesta era tan obvia, pero no la podía ver. Las parejas perfectas no existen, las relaciones ideales no existen, así como no existen los noviazgos malos o destructivos. Lo que sí existe, es la convicción personal, esa convicción que nos lleva a fabricar y trabajar por el tipo de relación que queremos (y creemos que merecemos) tener. Así de sencillo.

Basta de quejarnos porque fulano o fulana no fueron lo que esperábamos, sí, no digo que muchas veces alguien resulta no ser como pensábamos que sería mientras nosotros dábamos todo, pero recordemos que todo tiene un porqué y nada pasa nomás porque se le dio la gana. Toda experiencia va ligada a un resultado, y ese resultado depende de cómo enfrentes tú la situación que se te ha puesto de frente. Nadie es perfecto, ni él, ni ella, ni tú, ni NADIE, cuando nos enamoramos perdemos conciencia de la realidad e idealizamos a la otra persona al grado de no ver los defectos o pasarlos de largo, al grado de perdonar y a veces permitir cosas que no nos agradan del todo. Al grado de perdernos a nosotros mismos para convertirnos en una sombra del otro y vivir solamente de los momentos que se nos permite compartir.

¿Qué se siente ser vulnerable? ¿Qué se siente no ser dueño de ti mismo? Y más importante aún, ¿qué se siente empezar a darte cuenta de que en tu mente una persona puede verse muy chingona pero en la realidad lo que la hace serlo son todos los atributos que le otorgaste? ¿Qué se siente cuando la relación falla y no es porque estaba destinada a fracasar, sino porque en el fondo sabes que no diste lo mismo que pedías y que tu esfuerzo por mantenerla a flote no fue suficiente?

Cuesta mucho ver la realidad y darnos cuenta de que pocos realmente ofrecen lo mismo que exigen, que idealizamos al amor y esperamos encontrarlo a la vuelta de la esquina y que sea “perfecto” cuando ni siquiera hemos empezado a trabajar en lograr un mejor estado emocional nosotros mismos. Cuando logremos amarnos, aceptarnos, saber quiénes somos y lo que valemos, así como aquello que podemos entregarle a alguien, entonces ahí es cuando las posibilidades de conocer a la persona no ideal, pero sí correcta se van haciendo más pequeñas para brindarnos la oportunidad de enamorarnos. Pero sólo así, y sólo mediante la coherencia de nuestros actos y pensamientos.

Porque claro, es muy fácil meterte en la cabeza que mereces lo mejor, pero no es tan fácil admitir que lo mejor no le va a llegar a una persona que piensa y se comporta como una mierda. Que aunque es cierto que todos merecemos algo bueno, no todos nos esforzamos y trabajamos para realmente merecerlo. Date la oportunidad de siquiera meditarlo…



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