Carta a los Deprimidos Anónimos
La gente siempre ha dicho que soy bueno para dar consejos, para guiar a las personas o para simplemente escuchar a todo aquél que necesite hablar, para dar ánimos y fuerzas y hasta para hacer reír al más triste así sea mediante el sarcasmo y el doble sentido. Quizá es por eso que se acercan a mí cuando la están pasando mal y necesitan una inyección de energía positiva. Si algo he notado en todas las conversaciones que he tenido con muchas de esas personas que me han pedido un consejo, es que a la gran mayoría le cuesta aceptar cuando están realmente deprimidos. Le temen a la palabra como si la depresión fuera un crimen o un pecado, argumentando que sólo están tristes o cansados, confundidos y melancólicos, y es ahí en donde me doy cuenta de que nos cuesta trabajo aceptar una depresión porque hemos estigmatizado ese estado de ánimo poniéndole a todo aquél que lo pasa la etiqueta de débil y pendejo. Sí, pendejo, por aquello de que “cada quien está como quiere estar”, y si