México despertó un martes.
Hoy me iré a la cama sintiéndome plenamente agradecido. Agradecido con Dios, porque aunque muchos crean que soy ateo no es así; agradecido con la vida y más que agradecido, orgulloso de mi país y de poder llenarme la boca diciendo que los mexicanos somos unos chingones. En los días que han seguido al sismo he llorado incontables veces. Mi llanto ha pasado por el miedo, el pánico, la impotencia, el coraje, la tristeza, la felicidad y el orgullo, a todas horas y muchas veces agarrándome desprevenido. Pero puedo decir con seguridad que he llorado más veces de inmensa alegría que de tristeza, y eso es gracias a todos y cada una de las personas que seguimos haciendo de México un país maravilloso, y ojo, que no sólo somos los mexicanos. Mi colonia se encuentra entre una de las más afectadas por el terremoto de 7.1 grados que tuvo epicentro en Puebla, a 120 kilómetros de la Ciudad de México y que sentimos hasta en lo más hondo de nuestras entrañas. Mi edificio, un edificio viej