El tipo al que no quieres "Para Siempre".




Hace algunos años, cuando vivía en Playa del Carmen,  tenía un juego estúpido con mi mejor amigo en donde veíamos pasar a tipos guapos por la calle y deliberábamos  juzgando únicamente por el físico si se trataba de alguien con quien te gustaría estar “para siempre” o si sólo era “para pasar el rato”. Por mucho tiempo pensé en mi mismo como uno de esos chavos “para siempre”. Hasta hoy.

Me explico mejor, según los estúpidos estándares sociales un vato “para siempre” es aquél con quien no dudarías el presentárselo a tu familia, a tus amigos y compañeros de trabajo. Ese con el que te visualizas jugando a la casita mientras viven juntos, adoptan un perro y empiezan a pensar en una boda maravillosa que reafirme su relación y marque sus vidas de cuento de hadas.

Sí, por años pensé que ante los ojos de los demás ese era mi rol en sociedad, que mi imagen, mi mente y mi personalidad cabían perfectamente en todos lados, y que engranaban con la de cualquier otra persona. Y sí, quizá hace algunos años mi manera de comportarme, pensar y vestir iba encaminada hacia la búsqueda de aceptación ajena. Con el tiempo eso cambió, aprendí a aceptarme, conocerme y encontrar esa autenticidad personal en donde todas esas críticas, juicios y comentarios negativos no pueden tocarme, porque finalmente estoy siendo yo.

Ahí fue cuando me convertí en alguien “para pasar el rato”, ese al que buscas sólo cuando estás caliente, con el que sales y te diviertes, pero sin pensar en llevar las cosas a un nivel más serio. La realidad fue que al encontrarme, encontré también una serie de ideologías presentes en aquellos que iban llegando a mi vida. Ideologías que muchas veces rechazamos en voz alta, pero que muy dentro de nosotros aún siguen mermando en nuestra conciencia.

Total, que al darme cuenta de que pasé de ser el novio casi ideal al vato “rebelde” que no busca nada serio, me di cuenta también de que no se trataba de mi forma de ser o de pensar, sino que todo demostraba que; en efecto y como siempre, seguimos juzgando al libro por su portada. Así que pensé. Si yo mismo construí esta imagen que cambió la forma en la que los demás me ven, ¿será posible hacer que la gente vuelva a ver al chavo “bien” que alguna vez conocieron? Y lo fue.

Como parte de mi pequeño experimento social, subí una foto a mis redes sociales en donde se me ve ya sin barba, mi cabello largo escondido dentro de una gorra, y sin ningún tatuaje a la vista. No fue necesario que pasara mucho tiempo para empezar a recibir las reacciones de la gente; que, debo decir, fueron exactamente las que esperaba.

Sorpresivamente, mi bandeja de inbox empezó a recibir mensajes de tipos que en cualquier otra ocasión no me hubieran hablado, mensajes de vatos invitándome a salir, repitiendo una y otra vez lo bien que me veía con esa imagen, y otros cuántos aventurándose a decir que jamás les agradó el look anterior. Incluso recibí mensajes de un ex novio mirrrey agradeciendo que hubiera recapacitado y, claro, preguntando cuándo nos veíamos de nuevo.

¿Se dan cuenta del poder que tiene una foto? Mejor aún, ¿se dan cuenta de que todavía estamos tan jodidos como para pensar que una imagen es lo que hace a alguna persona un buen o mal  prospecto? Juzgamos desde cómo se viste, cómo se peina, la forma en que habla, si tiene o no tatuajes, si va al gym, si tiene los dientes chuecos o es muy flaco o muy gordo, y todo eso lo hacemos en menos de un minuto. En cuestión de segundos decidimos si queremos o no conocer a alguien, siempre basados en la primera impresión.

¿Y si el tipo de look rudo resulta ser el más detallista y cariñoso de todos? ¿Y si el que se ve súper fresa es muy alivianado y con los pies en la tierra? ¿Y qué si el geek es todo un master en el sexo? Cerramos nuestras posibilidades a un reducido grupo de personas que cumpla con los requisitos que por años hemos mantenido en la mente, sin darnos cuenta de que existe una gran posibilidad de que nuestras relaciones amorosas no funcionen precisamente por eso, por no abrir nuestros parámetros al momento de conocer a alguien y seguir encerrados en un ideal físico.


Si realmente lo que vale es cómo te haga sentir, si realmente lo que importa es el amor, ¿qué importancia tiene la presentación en la que venga? Al final tú decides si sigues juzgando a alguien por cómo se ve, o si empiezas a experimentar nuevos tipos de diversión yendo más allá de tus límites. ¿Quién sabe? En una de esas el resultado te podría sorprender y ese vato “para pasar el rato” se termine quedando para siempre. 

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