El abuso sexual no se calla.
Hay tres historias que nunca he contado. Historias que ninguna relación tienen la una entre la otra y que han afectado y marcado mi vida de manera inimaginable. Por años me las he reservado y, desde hace apenas unos meses, he decidido compartirlas con las personas más cercanas. Fue el miedo, la vergüenza y el sentimiento de culpa lo que me llevó a callar por nueve años esta primera historia. Fue la inmadurez y la falta de confianza en mí mismo.
No fue sino hasta hace relativamente poco que mi mente fue capaz de recordar absolutamente todo, cada palabra, cada segundo. Era consciente de lo que había sucedido, pero inconscientemente olvidé los detalles y decidí enterrar los recuerdos pensando que estaban superados; la realidad era otra.
Casi diez años atrás me encontraba en una etapa de la vida en la que la fiesta y el alcohol eran recurrentes. A mis veintiuno me la pasaba de antro cada fin de semana ahogado de borracho y besándome con el primer vato que me gustara; la fama de “puta” me la gané a pulso, no lo puedo negar. Sin embargo no ha sido sino hasta ahora que puedo aceptar que a pesar de ello no tuve culpa alguna en el incidente y supe diferenciar de forma madura entre sexo consensuado en estado de ebriedad y violación.
El amigo del conocido de mi amigo, a quien ubicaba pero no conocía, puso algo en mi bebida mientras yo estaba en el baño de un antro en San Luis Potosí, al regresar terminé mi trago para irnos y cuando me sentí mareado en exceso a los pocos minutos fue quien se ofreció a llevarme a mi casa; mi amigo había ligado y junto con el otro querían seguir la fiesta. Ya no supe más, cuando abrí los ojos me encontraba en el asiento del copiloto completamente recostado, la puerta de mi lado estaba abierta y el tipo se movía encima de mí sin pantalones, los míos estaban abajo. Aún adormecido traté de gritar y quitármelo de encima, pero todo intento fue en vano porque no podía mover una sola parte de mi cuerpo ni emitir algún sonido. ¿Cómo era posible que estuviera consciente y mi miembro estuviera erecto cuando no tenía ningún control sobre mi cuerpo?
Aún no sé cuánto tiempo pasó antes de que reaccionara, pero sé que no paró de repetirme que yo lo estaba disfrutando tanto como él y que yo lo había pedido. “No tendrías la verga dura si no te estuviera gustando”.
En el momento en que pude quitarlo de encima y salir del coche me di cuenta de que estábamos estacionados en medio de la carretera, pasadas las 4 am. No había una sola luz o alma alrededor y no sabía en dónde me encontraba, así que lo dejé llevarme a mi casa con la condición de que no hablara ni me mirara siquiera durante todo el camino. Al menos me puso un condón, pensé aliviado.
Las semanas pasaron y el insomnio se volvió crónico, en el afán de olvidarme de lo que había pasado continué con mi vida y de vez en cuando él se encargaba de asegurarme que yo lo había pedido; a pesar de haber aceptado que "probablemente" puso sin querer algo en mi bebida pensando que era suya. Me escribía de vez en cuando para contarme la misma historia hasta que terminé creyéndola. Yo había querido y nadie creería que había sido de otra forma. Todos me veían cada semana ebrio y ligando en el antro, ¿acaso alguien podría tomárselo en serio?
No pasó mucho para que dejara la ciudad, el terror a encontrármelo de nuevo estaba presente cada día y así fue como inició mi nomadismo. Dejé la universidad y regresé a Monterrey a vivir con mis abuelos por unos meses, después fue Ciudad de México para después mudarme a Cancún y luego a Playa del Carmen. Regresé a CDMX a los 25 y en estos años he madurado y aprendido, pero también he vivido avergonzado por algo que no fue mi culpa.
Pasaron nueve años para revivir y procesar los hechos, y no fue sino hasta que aprendí a amarme a mí mismo, a ser fiel a lo que soy y a dirigirme con la verdad; así tuviera que enfrentar demonios del pasado para lograr paz interior. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que por ser un hombre gay un abuso sexual no es menos importante, que no haber sido penetrado no lo hace mejor y, principalmente, que por ningún motivo fue algo que yo propiciara. Me tomó demasiado llegar al punto en el que no me importa lo que las personas piensen de mí por quien fui en el pasado, y en el que puedo enfrentar las críticas si el finalmente hablar de ello ayuda a que muchos otros homosexuales que han pasado por la misma situación y se sienten avergonzados, sepan que no son los únicos; que no es normal y que no deben culparse por algo en lo que no tuvieron opción.
No recuerdo el nombre de mi agresor, tengo vagas imágenes de su rostro y por más que he intentado acceder a mi mente y obtener más información me ha sido imposible. Igual ya he decidido cerrar ese capítulo y lo estoy haciendo en este momento. He decidido perdonar y seguir adelante porque me perdoné a mí mismo primero. La vergüenza se fue y me es más importante hablar y tratar de generar algo de conciencia. La agresión sexual a toda persona está mal y no debe ser tolerada, no tiene que ser sinónimo de pena ni se tiene que guardar silencio. Mujeres y hombres heterosexuales y homosexuales pasamos por ello, y en ninguno de los casos es aceptable.
No fue mi culpa que un hombre con tan poca autoestima y la seguridad de que ni en completo estado de ebriedad hubiera ligado con él me drogara y llevara en medio de la noche a la mitad de la carretera para violarme. Porque no importa el rol, todo abuso sexual sin consentimiento es violación. No fue mi culpa que alguien se sintiera con el poder de obtener a una persona de esa manera, y sé que de no haber sido yo probablemente habría sido cualquier otro, porque nadie anda por la vida con un tipo de droga así si no planea utilizarla.
Hoy tengo a mi lado a una pareja que no juzga mi pasado, que me ama de la manera más pura y honesta posible y que me ha ayudado a aceptar y vivir todo proceso que he pasado desde que estamos juntos, a pesar de que en ocasiones nuestra relación se viera debilitada. Hoy sé que cuento con el apoyo de una familia que me ha dado la fuerza que ahora tengo para hablar de esto, y que me ha hecho consciente del espacio público que poseo para tratar de resaltar la importancia de no quedarse callado. Hace nueve años mi familia me hubiera creído y dado apoyo, fui yo el que decidió que no lo harían. Yo guardé silencio cuando quizá pudo haberse hecho justicia.
Los últimos meses el debate en mi
mente estaba abierto. Podía seguir callado y continuar como si nada, podía
escribir al respecto y con ello tratar de dar mayor visibilidad a un problema
cada vez más latente con el fin de abrir para, al mismo tiempo, cerrar ese
capítulo en mi vida; o podía averiguar todo lo posible de la persona
responsable y tratar de hacerlo pagar; aún después de todo este tiempo. No voy
a negar que la última opción aún está presente, pero por ahora he decidido
tomar la segunda. Sé que algún día recordaré su cara y quizá su nombre, sé que
el universo tarde o temprano nos da a todos lo que merecemos porque el karma
es real, y sé que de alguna manera u otra habrá justicia porque el poder que
tenía sobre mí ya no existe. Eso, si no es que en todo este tiempo ya le fueron
cobrados sus errores y malas decisiones.
Pero lo más importante que sé y que he aprendido en todo este tiempo es que normalizar cualquier tipo de violencia está mal. Que las víctimas no sólo sufrimos de abuso sexual, también de abuso psicológico y emocional. Que aunque gran parte de la sociedad aún cree que uno se lo busca por cometer el imperdonable error de ser joven, beber e ir de antro a divertirse con sus amigos, no está bien que nadie obligue a otra persona a hacer algo que no quiere. Que este problema no sólo aqueja a mujeres, que es un problema al que nos enfrentamos como sociedad y que quedarse callado ya no es, y nunca debió haber sido una opción.
Pero lo más importante que sé y que he aprendido en todo este tiempo es que normalizar cualquier tipo de violencia está mal. Que las víctimas no sólo sufrimos de abuso sexual, también de abuso psicológico y emocional. Que aunque gran parte de la sociedad aún cree que uno se lo busca por cometer el imperdonable error de ser joven, beber e ir de antro a divertirse con sus amigos, no está bien que nadie obligue a otra persona a hacer algo que no quiere. Que este problema no sólo aqueja a mujeres, que es un problema al que nos enfrentamos como sociedad y que quedarse callado ya no es, y nunca debió haber sido una opción.
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