La primera vez que la llamaron puta



Cuando la llamaron puta en el baño del colegio por primera vez, lloró hasta el cansancio. En cuestión de días el rumor corrió de un oído a otro y, en menos de lo que imaginó, incluso personas que nunca en su vida había visto o con las que jamás había hablado continuaron esparciendo el chisme cada que alguien mencionaba su nombre. PUTA. Lo escuchaba a veces en medio de los susurros que invadían cada lugar al que acudía. No sabía si las personas a su alrededor en verdad lo estaban diciendo en voz baja o si venía de su propia cabeza, pero las voces a veces no callaban ni aunque se metiera los audífonos bien adentro de las orejas, subiendo la música a todo volumen desde su celular; como esperando que saturar su mente de ruido le ayudara a dejar de escucharlas.
Estaba por cumplir veinte y los estragos de la adolescencia aún se hacían presentes en ella. Los miedos, el nervio y la expectativa por lo que ocurriría con su vida todavía la acompañaban cada día, pero nada importaban las palabras que aquellos que realmente la conocían usaran para describirla. Adjetivos como inteligente, bondadosa, carismática o simpática dejaron de ser percibidos por ella, lo único que importaba ahora era que la balanza de definiciones se inclinaba por lo zorra, lo puta, lo fácil, lo loca o como otros la quisieran llamar. Y así pasó el tiempo.
A la mitad de sus veintes descubrió que le importaba un carajo cómo la etiquetaran, y el valemadrismo la llevó a veces a llamarse a sí misma de esa manera que en el pasado tanto daño le causó. Siempre tratando de aparentar que seguía sin importarle, pero sin dejar de pensar en esos muchachos que realmente le gustaban y que se acercaron a ella únicamente con el propósito de comprobar si en verdad era tan fácil como se decía por ahí. Si aflojaba a la primera, o si al menos se dejaba meter mano. Después de un tiempo viviendo con ello, decidió que si el mundo la creía una puta, ella les iba a dar motivos para hablar; incluso sin darse cuenta. En la adolescencia no había tenido mucha confianza en su aspecto o en sí misma en general, pero ahora que era una mujer adulta las cosas cambiaban y al menos podía pretenderlo. “Las personas siempre ven lo que quieren ver”, lo sabía muy bien, y en tiempos en los que una fotografía podía llegar a todos los rincones del mundo en cuestión de segundos, gracias a las redes sociales, el trabajo le era mucho más sencillo. Las redes le daban el poder de su narrativa, tomaba la historia de su vida en sus manos y dejaba ver únicamente lo que ella quería que vieran.
Se sabía guapa. Quizá no tenía ese tipo de belleza que te quita el aliento y provoca choques en las calles como sucede en las películas, pero la edad le estaba cayendo de lujo, sumado al hecho de que por sus perfiles en internet podrías darte cuenta de que pasaba horas en el gimnasio, asistiendo a maratones o subiendo fotos del cuerpo que tanto le estaba costando conseguir. Con los años perdió contacto con la mayoría de las personas que una vez la juzgaron, pero nunca faltó alguna que otra mujer que la volviera a llamar puta por vestirse como a ella le daba la gana, ya fuera a través de una pantalla o en la calle, u hombres que la pretendían y, al ella negarse a sus insinuaciones, corrían dolidos a hablar mierda de ella con otros hombres para aliviar un poco su ego de macho herido y rechazado.
Como todas a su edad, ocasionalmente quedaba con uno que otro hombre para salir y conocerse más, y si lo quería así, a veces terminaba pasando la noche con ellos. Decidía, como mujer adulta, con quién intimaba y con quién no. Tenía control absoluto sobre su cuerpo, sobre sus decisiones y sus actos. Si la cita había sido aburrida o si el tipo no le agradaba, no dudaba en despedirse amablemente al terminar la velada, pero ni siquiera los años le dieron el control de lo que otros dijeran sobre ella. No importaba qué tanto tratara de restarle importancia, el eco del rumor esparcido durante su juventud seguía resonando en las paredes de su mente. Y a lo puta le siguieron calificativos como mentirosa, doble cara, mustia, hipócrita, y otros más. Todos y cada uno alimentando su miedo a ser completamente libre. Avivando esa llama que un día al despertar te dice que si el río suena es porque agua lleva, y que si puta te ven, puta debes ser.
La desconfianza a enamorarse y mostrarse como realmente era la jodieron una y otra vez, la vida le fue enseñando a base de intento y error que, así como no se puede confiar en todos, tampoco se puede prestar demasiada atención a aquello que los demas decian de ella. Si no era puta era mustia, o apretada, o se creía más bonita de lo que realmente era. Y al acercarse a los treinta con el corazón roto y remendado en más de un par de ocasiones, comprendió por fin que no existía una descripción más importante de sí misma que esa que ella percibía, pero ya no con el objetivo de mostrarle a los demás sólo aquello que ella quería que vieran, sino para dejarse ver por vez primera como en realidad era. Puta o no, doble cara, bondadosa, mentirosa, inteligente o hipócrita, daba lo mismo. A lo mejor sólo había sido víctima del odio y la falta de empatía de otros, o quizá sí era muy puta, doble cara, mentirosa e hipócrita, ¿a quién le importaba? Ya podía ver con claridad que ni los hombres de su pasado, ni sus decisiones definían lo que ella era, que aquello que realmente tenía valor no eran los rumores, las publicaciones o los comentarios de odio en redes sociales, lo más importante era lo que provocaba en esos que la veían por lo que en verdad era, aquellos que la querían y aceptaban a pesar de todo. Era valiosa, le costó aceptarlo pero lo sabía ahora, y ya sin necesidad de pretender serlo o buscando la aprobación de completos desconocidos.
Esos hombres que aún cuando dijeron amarla le habían hecho daño ya eran parte de su pasado, esas personas que hablaron de ella tenían sus propios problemas y demonios con los que luchar, los de ella poco a poco se iban al mismo tiempo que ganaba confianza en sí misma. No lo podía negar, en incontables ocasiones había cometido el error de hacerle a otros lo mismo que le habían hecho a ella, contaba historias de ellos de las que no tenía certeza, mencionando “inocentemente” lo que había escuchado incluso cuando nadie se lo había preguntado. ¿Había sido el deseo de sentirse juez en lugar de enjuiciado lo que la había llevado a comportarse así, o era la envidia, la ignorancia y la falta de empatía que sentía por aquellos de los que había hablado, y que, entendía ahora, podía ser la misma razón por la que ella había sido juzgada? Una cosa era segura, las piedras arrojadas hoy en día tenían el mismo efecto que un bumerang, y cada comentario hiriente encontraba la forma de regresar una y otra vez a su emisor.
No podía ser perfecta, porque nadie lo es. Pero aceptó sus imperfecciones sintiendo orgullo de su pasado, porque sin él no habría llegado al lugar en el que se encontraba ahora. Un lugar en el que no se puede ser víctima y victimario, un lugar en el que no se debe ser ninguno; en el que la libertad del otro es solamente suya y la propia no es más que nuestra. En su cumpleaños número treinta, a pesar de la presión del cambio de década y el inevitable nervio por el inicio de la etapa de la adultez en serio, ya dotada de una mezcla de confianza y valemadrismo revueltos con amor propio, abrazó los treintas con ningún otro arrepentimiento que no haber apartado mucho antes su atención de los comentarios de otros, y haberse escucharse a sí misma. Ahora comprendía a la perfección todas esas veces en las que su madre le había dicho que la edad, si tenías suerte, a veces venía acompañada de sabiduría.


Cuando pasó a la cuarta década, veinticinco años después del inicio de su reputación, fue consciente de que siempre existirán personas que la recordarán como la puta que dejó que su novio le tocara un seno a los 15, la que besó a más de uno en una noche de antro, la que perdió su virginidad con el patán que eyaculó a los cinco minutos y corrió a contarle su triunfo a los amigos. Existirían esos que pensaran que no era digna de tomarse en serio porque había salido con varios o se había acostado con otros tantos; los que la juzgaran por no haberse casado aún o incluso si ya se hubiera divorciado. Seguirían hablando, sin duda, pero la pluma ahora estaba completamente en sus manos, y nadie más que ella escribiría su historia. Había tenido el poder enraizado del corazón a la garganta, a las manos, al sexo, pero no supo hasta tiempo después que nadie tenía el derecho a poner en juicio esas acciones que nacieron de su interior. La oscuridad de su pasado jamás iba a dejar de ser una sombra, sin embargo la luz de su presente era mucho más fuerte y, aunque las voces seguían hablando todas al mismo tiempo, la única voz que escuchaba ya era la suya. Esa que ignoró por tanto tiempo gracias a las lágrimas que derramó años atrás, a la inseguridad y la confusión que le provocaron cuatro letras seguidas de un abecedario completo de adjetivos calificativos que nunca olvidaría y con los que durmió cada noche, olvidándose de lo valiosa que era desde la primera vez que la llamaron puta.

Comments

Popular posts from this blog

Tu ex novio es un Mr. Big o un Lord Voldemort?

Repitiendo Patrones: No es bueno clavarse con personas nocivas.

No te acostumbres a esperar por alguien