Creo que ya es tiempo de ir con el psiquiatra




Hoy empecé y terminé de leer “The Sense of an Ending” de Julian Barnes, una maravillosa historia en la que el suicidio se convierte en la decisión y salida (nada fácil) de unos, y el tormento interminable de otros. Pocas veces me pasa, pero una vez que inicié no pude parar de leer, quizá porque el libro llegó a mis manos en el momento indicado, ese momento en el que de alguna manera u otra ayudó a responder varias preguntas que últimamente habían estado talandrándome la cabeza.


Y es que tengo que admitir que no me he encontrado muy bien. El problema fue creciendo en el último año, tiempo en el que, de manera discreta (o quizá no tanto), me fui alejando poco a poco de todos, y mientras la mayoría de mis amigos o conocidos quizá pensaran que era por dedicarle más tiempo a mi relación, la realidad es que la ansiedad volvió a hacer de las suyas, y esta vez llegó acompañada de otros trastornos de los que no sabría hasta después. En los últimos meses la situación escaló con rapidez, dejé de ver a mis amigos y hasta de escribir o contestar por WhatsApp; entre menos atención le prestara a mi teléfono era mejor. La intranquilidad que empezó a darme cualquier tipo de contacto social, físico o digital, hizo que los únicos momentos del día que pasaba fuera de mi departamento fueran esos en los que TENÍA QUE ir a trabajar o sacar a mis perros a pasear.


Mis pensamientos se volvieron un caos, y las emociones comenzaron a estallar pasando del coraje a la indiferencia y de la estabilidad al llanto injustificado en cuestión de segundos. No importaba en dónde me encontraba, varias veces hasta en el trabajo lloré o evité interactuar de más con otros. No llamaba ni siquiera a mi madre, y mi novio; con el que vivo y paso todo mi tiempo libre, me ha demostrado una vez más el gran amor que me tiene, porque yo en su lugar probablemente ya me habría dejado después de tanto drama y mi falta de equilibrio emocional y mental. Así, sin motivo aparente, cuando mi vida se encontraba en el punto más pleno mi mente empezó a resquebrajarse en pedazos. Por más que lo intentara y de que tuviera motivos de sobra para ello, no lograba sentirme feliz, ni siquiera motivado y mucho menos en control. No lo voy a negar, tenía (tengo) miedo. Miedo de admitir que algo no andaba bien, que creyeran que me estaba volviendo loco por sentirme así cuando “lo tengo todo”, incluso de escuchar el típico “anímate, todo va a estar bien” sin que en realidad pudieran comprender por lo que estaba pasando. Vamos, que ni yo lo comprendía. Tenía miedo de que me dijeran que “todo estaba en mi cabeza”, hasta que lo entendí.


Sí, todo está en mi cabeza. Y se necesita mucho valor, que al principio no tuve, para reconocer que mi salud mental estaba sufriendo daños. Por mucho tiempo ignoré las señales, decidí bloquear emociones y encerrar en una caja dentro de mi mente a todos esos demonios que alguna vez se hicieron presentes. Pero ahora la respuesta, a pesar de que estaba ahí, no fue tan obvia: mi mente se había descompuesto, estaba roto. Más valor aún se necesita para dejar de pretender que todo está bien y buscar ayuda, y la verdad es que no sé si fue el miedo a la manera en la que me estaba sintiendo, a la persona antisocial, depresiva, ansiosa e indiferente en la que me estaba convirtiendo, o las auténticas ganas de estar bien y disfrutar de mi vida lo que finalmente me llevó a ver a un especialista.


Hoy llevo 6 semanas en terapia, y aunque no ha sido sencillo recorrer los rincones de mi mente, abriendo cada caja en la que encerré a los fantasmas, ni recordar los lugares en los que enterré historias del pasado; lentamente he ido trabajando en los trastornos de ansiedad, obsesivo-compulsivo, de pánico, de estrés postraumático y cuadro de depresión clínica moderada-alta que oportunamente me fueron diagnosticados. Y aunque no ha pasado mucho desde que inicié tratamiento con antidepresivos, (bienvenida a mi vida Paroxetina, el Rivotril ya no se sentirá tan solo), los cambios por más pequeños que sean comienzan a hacerse evidentes.



Nunca me he considerado suicida, considero necesario decirlo. Pero también debo admitir que existen momentos en los que sin importar que tan bien acompañado estés, tan amado seas, que tanto tengas por lo que estar agradecido o lo bien que se encuentre todo a tu alrededor, simplemente no encuentres sentido dentro de ti. Y puede ser inevitable para muchos considerar la muerte como respuesta inmediata a la intensa batalla que se lucha contra la depresión. Estoy decidido a sentirme yo mismo de nuevo, y como mi terapeuta me recomendó, a dejar de pelear contra mi personalidad depresiva, a aceptar que no todo es blanco o negro, también hay tonalidades intermedias y no se tiene que ser completamente bueno, blanco y perfecto, o malo, oscuro y dañado. Hoy acepto mi tonalidad grisácea, abrazo a mi depresión y me comprometo a seguir trabajando para volver a poner las piezas de mi mente en su lugar, hoy elijo estar bien.


Desde que inició la odisea, he escrito ya incontables veces sobre ello, jamás decidiendome a publicar nada; la semana pasada mi terapeuta me dijo sabiamente lo mucho que podría ayudar a otros el compartir mi historia, sin sentirme apenado o juzgado. Mi novio me da cada día el apoyo que necesito y me ayuda a recuperar la confianza en mí mismo, como el pasado fin de semana, que me convenció de ir a una fiesta por primera vez en meses y en la que me pasé la mayor parte del tiempo solo o hablando con una sola persona en toda la noche; pero al menos salí de mi guarida. Hoy el libro de Barnes me da también la confianza de escribir al respecto, y no es para menos que hoy se trate también del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, en el que decida compartirles por lo que he estado pasando, y cómo la salud mental es algo que por ningún motivo puede dejarse de tomar en serio. Todo está en tu cabeza, sí, pero así como el cáncer cuando ataca al cuerpo no se va con meras oraciones, buenos deseos o ganas de estar bien, los problemas de la mente a veces tampoco se curan con palabras o pensamientos positivos. Probablemente muchos pensarán que llevar terapia y un tratamiento resultan caros, y en mi caso tengo la fortuna de trabajar en una compañía que me proporciona terapia psicológica a cambio de una donación mínima a una causa benéfica, pero el tratamiento psiquiátrico y neurológico lo llevo nada más y nada menos que en el Seguro Social; del que por cierto no tengo ni una sola queja en cuanto a atención, profesionalismo y rapidez con la que me han tratado, pagando únicamente lo que pagamos todos los trabajadores afiliados. La importancia que le dan a la atención psiquiátrica me ha sorprendido. Cuando realmente se quiere estar bien no hay excusa que valga.


Así que si me estás leyendo y esto te llegó de alguna manera, si estás pasando por algo similar, si te sientes solo o sabes que algo no anda bien, si en algún momento piensas que nada tiene sentido o no vale la pena, ten por seguro que no estás solo, que muchos pasamos por ello pero no todos tenemos el valor de aceptarlo siquiera para uno mismo, mucho menos de hablarlo o de pedir ayuda. Pensamos que es estúpido, innecesario o muy caro llevar un tratamiento, pero no olvidemos que el universo siempre nos brinda opciones; y si Dios existe o no, lo importante es que sí o sí tenemos la libertad de decidir aquello en lo que queramos creer, lo que queramos pensar y cómo nos queremos sentir. No hablo de que despiertes todos los días obligándote a aparentar o sonreír, ni que te convenzas a ti mismo de que todo va a estar bien, sino de que te des cuenta de que tu situación es temporal y tratable. Háblalo y apóyate en aquellos a los que quieres, porque entre más lo calles más crece, y si sientes que de plano no encuentras una salida en el laberinto oscuro que se ha convertido tu mente, creo que ya es tiempo de ir con el psiquiatra. Busca ayuda. Elige estar bien. Acéptate dañado y roto, pero trabaja en repararte.


La vida no tiene que ser a colores cuando encuentras la belleza dentro del gris.  

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