Artesanía Mexicana
exótico, exótica
adjetivo
1.
[país, lugar] Que es lejano y muy distinto con respecto al que se toma como referencia, que suele ser el propio.
"ha viajado por países exóticos de Asia; esta exótica isla del Pacífico ha recuperado el nombre indígena de Sulawesi"
2.
Que procede de un país o cultura lejanos y desconocidos.
"ornamentación exótica; productos exóticos; costumbres exóticas"
Haciendo referencia a la definición que el diccionario nos da de la palabra Exótico como tal, empezaré por hacer la siguiente pregunta: ¿Por qué entre mexicanos a veces nos referimos a nosotros mismos como bellezas exóticas, como en el claro caso de la tan afortunada y ahora famosa Yalitza Aparicio; protagonista de Roma, la última película del cineasta mexicano Alfonso Cuarón. Por semanas Yalitza ha estado en boca de todos, no sólo en México sino en el mundo, tanto por su gran talento actoral como por su apariencia física, tan característica de las mujeres indígenas de su natal Oaxaca.
adjetivo
1.
[país, lugar] Que es lejano y muy distinto con respecto al que se toma como referencia, que suele ser el propio.
"ha viajado por países exóticos de Asia; esta exótica isla del Pacífico ha recuperado el nombre indígena de Sulawesi"
2.
Que procede de un país o cultura lejanos y desconocidos.
"ornamentación exótica; productos exóticos; costumbres exóticas"
Haciendo referencia a la definición que el diccionario nos da de la palabra Exótico como tal, empezaré por hacer la siguiente pregunta: ¿Por qué entre mexicanos a veces nos referimos a nosotros mismos como bellezas exóticas, como en el claro caso de la tan afortunada y ahora famosa Yalitza Aparicio; protagonista de Roma, la última película del cineasta mexicano Alfonso Cuarón. Por semanas Yalitza ha estado en boca de todos, no sólo en México sino en el mundo, tanto por su gran talento actoral como por su apariencia física, tan característica de las mujeres indígenas de su natal Oaxaca.
Su llegada a Hollywood fue tan rápida como inesperada, su nombre subió como la espuma y de pronto hasta las actrices con más trayectoria a nivel global se vieron sorprendidas (y de seguro también sintieron envidia) de que una mujer indígena que jamás en su vida había actuado estuviera recibiendo el amor y reconocimiento del mundo entero. Obviamente no sucedió lo mismo con todos, y México, muy sumido en su clasismo y extremo deseo de sentirse más europeo que mexicano, se dividió entre aquellos que aplaudían su exposición y talento y aquellos que no la bajan de sirvienta, india o fea; y curioso es que he leído en más de una ocasión que en ambos bandos la han llamado belleza exótica.
Tenía 18 años cuando alguien se refirió a mí de esa manera por primera vez. Cuando era niño y mis facciones aún seguían madurando, era más o menos “bonito”, de ojos oscuros y de alguna manera grandes pero rasgados, cabello negro azabache medio largo y hoyuelos en los cachetes que derretían a todos cada que sonreía. Siempre caminando de la mano de mi madre, tan rubia y tan blanca que parecía un ángel. Las pecas de mi cara apenas se empezaban a dibujar en la piel. Ya en la adolescencia, cuando mi cuerpo se estiró un poco, el vello empezó a crecer, la voz a cambiar y la cara a definirse más, me convertí en uno más del montón. Mi piel tomó su color canela definitivo, seguí siendo el flaco de siempre con ojos rasgados y hoyuelos en los cachetes, nada cambió, pero ya no era “bonito”. La carga genética de mi padre había reclamado su parte y, siendo él moreno como la noche y de rasgos más toscos y mexicanos que los de mi madre, me convertí en una mezcla de ambos, y no era inusual escuchar cuando alguien le preguntaba a mamá si en verdad era su hijo, por la drástica diferencia en el tono de piel.
El tiempo se me pasó entre complejos y deseos de convertirme en otra persona totalmente distinta. De despertar un día y no ser tan flaco que seguía pareciendo un niño, de ser un poco más alto o guapo como los populares de la escuela; entre ellos el color de su pelo podía variar, pero si algo tenían en común era que su piel era blanca, a diferencia de la mía. Mis rasgos eran demasiado mexicanos, demasiado lejos de los estándares de belleza con los que crecemos al encontrarnos en la parte inferior de Estados Unidos y viendo telenovelas en donde hasta la protagonista que interpreta a la sirvienta es blanca y bonita, en donde los morenos tenían parte sólo para desempeñar los papeles de criminales o sirvientes. Y en las películas o la música la cosa se ponía peor, porque el modelo a seguir era aún más perfecto y atractivo. Al menos para los que crecimos con Leonardo DiCaprio y los Back Street Boys siendo el centro de atención.
No voy a negar que aún sintiéndome el patito feo sabía que tenía mi encanto, que radicaba más en mi personalidad que en la forma en la que me veía. Y es que siempre fui tan fuerte por fuera que ni un ejército entero se atreviera a desafiarme, e inseguro por dentro que una sola mirada de desagrado me convertía en cenizas. Y fue gracias a eso que siempre tuve suerte en el amor y pude conquistar a cualquiera que robara mis pensamientos y me llenara de nervios el estómago. Pero no fue sino hasta los 18 años que tuve mi primera relación con otro hombre, ya como homosexual aceptado al menos ante mi madre y mis amigos, que el mejor amigo de mi entonces novio me hizo un comentario que ahora que lo pienso parece muy salido de Mean Girls.
- Eres muy atractivo, lo sabes ¿verdad? Tienes como una especie de belleza exótica que no sé explicar. Tu cara es definitivamente muy indígena pero al mismo tiempo tus rasgos son tan finos que eres bonito. ¿Ya te lo han dicho antes?
Me levanté lentamente del sillón en el que me encontraba sentado y, después de ponerlo de pie jalándolo por la camisa, le propiné tremendo puñetazo en la cara que lo mandé al otro lado de la habitación. En mi mente. La realidad es que sólo sonreí y le respondí que no, que no me lo habían dicho antes; pero me sentí ofendido, insultado y horrendo, y todo eso fue provocado porque Joaquín, un tipo alto, atlético, simpático, inteligente y demasiado guapo (básicamente el gay ideal), había utilizado la palabra indígena para describirme. El comentario me llegó al fondo, pero en ese entonces era un pendejo.
No mucho tiempo después mi entonces novio me dejó por Joaquín, y tras un par de meses más me enteré en la universidad que había un casting para extras en una película histórica que se filmaría en San Luis Potosí. Los perfiles requeridos eran dos: el blanco de tipo europeo y el moreno de tipo indígena. En ese momento, por primera vez en la vida; y porque mi sueño era ser actor, y aparecer al menos como extra en una película ya era dar un paso más hacia mi camino al estrellato (ajá), acepté que tenía que verme al espejo y enfrentar lo que realmente estaba frente a mí, y no lo que yo quería o lo que otros preferían. Era moreno y mexicano como el taco, y de pronto empezó a gustarme. Fui a la audición nervioso y emocionado tan sólo para encontrarme con que en menos de dos minutos me dirían que no cumplía con ninguno de los perfiles. Era demasiado moreno y mexicano para el papel de los españoles durante la conquista, y de piel demasiado clara y rasgos muy finos para el papel de indígena sometido.
Mi identidad se fue a la mierda de nuevo. No era ni de aquí ni de allá, no tenía un aspecto distintivo que me permitiera siquiera interpretar a un criminal ni mucho menos al héroe. Hasta que lo abandoné todo y me mudé a Playa del Carmen, en donde encontré al hombre que realmente estaba destinado a ser. Para aquellos que no tienen el placer de conocer Playa del Carmen en el caribe mexicano, la realidad es que es un lugar hermoso, pequeño pero maravilloso, con el único defecto que es más americano y europeo que mexicano. Y contradictorio como es, fue precisamente esa atmósfera la que me permitió experimentar sentirme el hombre más hermoso del planeta entero. Para los extranjeros mi atractivo era innegable, el color de mi piel, de mi pelo y mi composición ósea los atraía como abejas a la miel. Nunca antes me sentí tan bello como en ese entonces, cuando hombres y mujeres de todas partes del mundo no dejaban de repetirme lo hermoso que era; la palabra exótico seguía volviendo de vez en cuando, pero de pronto ya no tenía el mismo efecto y ahora la adoptaba como mía.
Luego, cuando me instalé definitivamente en la Ciudad de México, aún entonces Distrito Federal hace casi seis años, lleno de seguridad, confianza y aplomo, todo fue diferente y mi aspecto de nuevo pasaba desapercibido. Y aunque al principio volver a ser parte de una ciudad en donde la mexicanidad y la sociedad vuelven a ser muy inquisitivas, mi deseo de seguir amándome, aceptándome y sintiéndome hermoso a pesar de lo que otros dijeran siguió prevaleciendo y manteniéndose fuerte a pesar de los prejuicios de terceros. No fue fácil, y quizá fue la llegada de los treintas y la madurez que viene con la edad, pero la verdad es que ahora me siento mejor que nunca.
Amo el color café de mi piel, lo negro y largo de mi pelo, mi cara con todo y sus pecas que son casi imperceptibles a simple vista, amo que existan personas que me encuentren hermoso y acepto que haya aquellos que piensen distinto. Después de todo, la belleza es subjetiva, pero no hay manera posible de que un comentario negativo derribe a alguien que se siente bello tanto por dentro como por fuera. Por años fui demasiado moreno, demasiado flaco, demasiado raro, en un punto intermedio entre lo que pudo ser y no fue, y lo que desde el alma se es.
Se han referido a mí como belleza exótica, indígena, o me han dicho que tengo cara de artesanía mexicana, tanto extranjeros como paisanos; y sí lo soy, todas y cada una de esas definiciones y adjetivos calificativos. Soy exótico, indígena y mexicano orgulloso, lo que me cuesta entender es, ¿por qué el enemigo de un mexicano es siempre otro mexicano? Ser un verdadero mexicano es honrar y enorgullecernos de nuestras raíces, aceptar que en nuestras venas corre sangre indígena y celebrar que finalmente estamos viendo una imagen de lo que realmente representa nuestra identidad con personalidades como Yalitza Aparicio acaparando todas las miradas.
Sé bien que no todos los mexicanos somos morenos, que también los hay blancos, rubios, con ojos de color y belleza que dentro de los estándares puestos por la sociedad cumplen con el perfil necesario para ser dignos de mayor atención, pero la gran mayoría somos lo opuesto y seguimos deseando más figuras que sigan recordándonos lo que es México, lo que somos y de dónde venimos.
Sí, quizá soy el peor ejemplo de mexicanismo, con un novio americano, trabajando para una empresa en el mercado estadounidense y hasta viviendo en una colonia en la que los nombres de las calles son los estados que conforman USA, pero si algo me queda claro es que el ser mexicano y el orgullo de serlo no se lleva en la forma en la que vives o en la que te ves, sino en el alma. Y al menos yo, como muchos otros millones, hoy me siento con más esperanza al ver gente con la que me siento más identificado que esas que sólo se nos presentan como aspiracionales; no inalcanzables, porque si algo sabemos bien todos los mexicanos, es que no hay nada que no podamos lograr cuando verdaderamente nos lo proponemos.
¿Qué pasaría si nos proponemos que a pesar de nuestras diferencias ideológicas y físicas destaquemos más como país? ¿Se imaginan lo que podríamos lograr dejando los prejuicios de lado y el instinto de criticar y menospreciar a aquellos que no se ven como uno o como nos gustaría que fueran? Yo no sé tú, pero desde mi trinchera se ve posible, y la neta se ve hermoso.
Así es amigo te entiendo perfectamente . a mi me han dicho de todo vendesemillas, chiriwilla, que yo hablo huatchilopoztli, solo porque soy de Monterrey y no cumplo con el estereotipo de la mujer norteña. alta , guera y de ojos grandes. y aparte ponen en duda tus capacidades intelectuales. mis rasgos vienen de la herencia de mi abuela paterna. si hubiera nacido en el sur de México nada hubiera pasado pero como nací me crié y me eduque en el norte como cualquier regio. pero con mis rasgos indígenas. no lo perdonan. pero es algo que se sobrelleva no hay que tomárselo muy personal .
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