¿Y si no eres tú?




Han pasado ya 23 meses desde que mi novio y yo estamos juntos, 20 de ellos compartiendo el mismo departamento, la misma cama y la vida misma. Y entre más se acerca la fecha de nuestro segundo aniversario, también se acerca mi cumpleaños número 32; estúpido sería negar que ambas cosas me ponen nervioso, llenándome la mente de preguntas y llevándome a una incontrolable búsqueda de respuestas sin sentido, o de sentidos sin respuesta. Mi ansiedad se calma con Clonazepam, pero mi mente obsesiva encuentra la forma de seguir cuestionando todo aún en un estado relajado. Y sea la razón la crisis de los treintas que apenas me está pegando, la rutina en la que mi relación ha caído, o la combinación de ambas, el punto es que he estado aprendiendo que el tiempo no se detiene y que la importancia que tiene tanto cada una de nuestras acciones como de nuestras palabras es masiva.

Cuando cumplí 30 recién había empezado a salir con el hermoso gringo con el que ahora tengo el placer de compartir mi vida, todo a mi alrededor era un desmadre pintado de estabilidad cuando él apareció, y trabajando en equipo poco a poco nos fuimos haciendo cargo del desorden. Nos mudamos de departamento, empecé un nuevo trabajo, inicié tratamiento para mi depresión y, aunque todo se veía limpio a la primera, quizá a la segunda y hasta a la tercera, se tenía que ver muy de cerca y fijamente, prestando cuidadosa atención, para notar que aún después de todos los cambios y de haber encontrado el amor algo seguía sin estar bien.

No voy a mentir, durante este tiempo he compartido únicamente las cosas buenas de mi relación, los momentos felices que pasamos juntos y cómo de extraña manera nos complementamos el uno al otro siendo tan distintos. Sin embargo sería incorrecto decir que todo ha sido perfecto, que nuestro noviazgo es fuerte y a prueba de todo. Por años he adoptado un rol de seguridad y fortaleza que, si bien no es del todo falso, ha sido de extrema utilidad cuando se trata de ocultar las fallas, de disimular los malos momentos y de cubrir las dudas, como cuando tratamos de tapar el sol con un dedo. La diferencia aquí es que en esas cuestiones me he convertido en todo un profesional.

Va, que yo sé muy bien que no es necesario que les cuente exactamente todo lo que sucede en mi vida, y la verdad es que no lo hago basado en el hecho de que hay cosas que son privadas y que, por más lectores, seguidores que tengas, o simplemente gente interesada en lo que te sucede, siempre es bueno reservar fragmentos de vida para uno mismo. Algo que he aprendido a reconocer a mis casi 32 años y 2 de relación, es que mi necesidad de aprobación por parte de otros no hizo más que continuar obstruyendo el camino que según empezaba a construir siendo mi verdadero yo.

Si nunca antes he hablado de mis dudas amorosas, los problemas en mi actual noviazgo y las situaciones difíciles por las que hemos pasado no es porque no existan, sino por el temor a saber que hay personas que se alegran de los fracasos de otros y celebran que algo tan maravilloso que sólo pertenece a dos esté fallando, así como el miedo a admitir que no todo es perfecto. Sí, desde hace tiempo mi relación enfrenta fallas, y si ahora escribo sobre esto no es porque sepa que ya llegó a su fin, pero por la responsabilidad que desde hace 5 años adquirí de escribir con el propósito de conectar con cualquier persona que quizá esté pasando por lo mismo que yo.

Amo a mi pareja como nunca antes he amado a alguien, en él encontré todo lo que buscaba, una persona talentosa, aventurera, estable, y hermosa tanto por dentro como por fuera, en la que confío plenamente y que me ama con la misma intensidad que yo a él. En los años previos a su llegada; y a decir verdad en todas mis relaciones amorosas anteriores, había estado simplemente por no estar solo, pasando de salir con alguien a conocer a otro y así sucesivamente por los siglos de los siglos amén. Pero todo se detuvo cuando decidí dejar de temerle a la soledad y aprender en verdad a estar conmigo. Y cómo chingados cuesta, porque implica aprender a aceptarse y amarse uno primero también.

Quizá algunos lo recordarán por previos artículos en donde tiempo después empecé a cuestionar lo difícil que sería aprender de nuevo a estar en una relación tras haber aprendido a disfrutar y amar la soledad. Uno de esos artículos incluso terminó en una revista para solteros. Esas dudas se fueron cuando conocí a mi novio, y sin pensarlo dos veces nos dejamos fluir al ritmo que fuera y terminamos viviendo juntos a los tres meses de haber iniciado una relación. Y aunque me encanta que lo compartamos todo y estar con él, mi costumbre a estar solo no ha dejado de imponerse después de todo este tiempo. Y mientras yo nunca había estado en una relación tan seria, en la que mi familia conociera a mi novio, yo conociera a la suya, y ambas partes nos visitaran y se quedaran en nuestro departamento de vez en cuando, él ya había experimentado vivir con una pareja por seis años; mi personalidad solitaria y la gran desventaja en cuanto a relaciones han sido piezas clave en las fallas que aún hoy enfrentamos juntos.

¿Es egoísta necesitar mi espacio cuando prácticamente ya lo compartes todo con alguien? Mi mente me dice que no, mi corazón tiene sus dudas. Y de todas las verdades que han salido de los labios de mi pareja, quizá la más certera es que soy un maestro con las palabras pero un simple novato con mis acciones. Ha terminado conmigo en un par de ocasiones, y a pesar de solucionarlo y mantenernos juntos sé bien que la duda vuelve a su mente de vez en cuando, “¿será él el indicado? ¿En verdad tenemos futuro?”.
¿Y cómo lo sé? Porque una relación es de dos, y esas mismas preguntas rondan mis pensamientos.

No soy un hijo de puta. Y así como tengo errores también sé en donde se encuentran mis virtudes como pareja. Quizá yo no sea tan cariñoso y cuidadoso como él, y que cuando sé que se siente raro o triste, le doy su espacio porque es lo que yo querría, sin pensar que él sin decirlo está pidiendo completamente lo opuesto, pero ese soy yo y nunca le he mentido al respecto, ni he dejado de pedirle que verbalmente exprese lo que quiere. Diferencias emocionales, culturales y de pensamiento; claro que las hay, pero la mayor diferencia entre nosotros; y quizá lo que nos sigue manteniendo juntos, es que contrario a él yo decido darle mayor valor a lo bueno que esas diferencias nos aportan a cada uno y como pareja. Nunca seremos iguales y no tenemos porqué serlo, y a pesar de saberlo la molestia recurrente que nos lleva al colapso es siempre la misma: cómo ambos esperamos que el otro reaccione, piense o se comporte, y cómo en gran mayoría de las ocasiones no lo hacemos tan sólo porque sabemos que eso es lo que quiere el otro. Maldito orgullo y sus juegos mentales.

Él quiere que yo lo haga feliz y yo quiero que se haga feliz él mismo. Una parte de mi cerebro le encuentra lógica a lo primero, mientras la otra a lo segundo. Y es que sí, siendo su pareja yo tengo que hacerlo feliz, pero no porque sea mi deber, sino porque quiero hacerlo, y sí, también para ser siquiera capaz de sentir felicidad primero tienes que saber encontrarla en ti mismo, sin poner el peso de tu estado emocional en otro. Todo esto ha sido hablado en varias ocasiones, y es en esas ocasiones en las que el efecto de mi talento con las palabras ha evitado el desenlace de nuestra historia, pero no porque diga lo que el otro quiere escuchar, sino porque digo lo que no quiere de una manera en la que poco a poco trate de entender mejor lo que está ocurriendo.

“¿Y si no eres tú, ni soy yo?”, le pregunté recientemente una noche, refiriéndome a si a pesar de todo el amor que nos tenemos quizá no logremos funcionar como pareja. El silencio que siguió después de por fin haber dicho algo que los dos habíamos estado pensando duró sólo unos minutos, pero se sintió como la eternidad misma. Él sostuvo mi mano y mirándome a los ojos únicamente dijo “Yo nunca voy a dejar de amarte”. Definitivamente abusar de las palabras no es lo suyo, pero cuando las utiliza el verdadero mensaje está en su mirada.

Yo tampoco voy a dejar de amarlo, lo sé con plena seguridad. Sé que aun si nos separamos seguiremos estando ahí el uno para el otro, seguiremos siendo importantes y especiales, seguiremos siendo amigos y hablaremos constantemente, nos seguiremos viendo, apoyando en los momentos difíciles y alegrando por el otro en los felices. Pero también sé que hoy quiero estar con él y él quiere estar conmigo, que la absurda estupidez de una frase dolorosa no es más importante que la paz y felicidad que siento cuando estamos juntos, cuando despierto a su lado o cuando sonríe por alguna tontería que dije de repente. Si la rutina nos pegó ha sido porque los dos lo hemos permitido, porque de alguna manera hemos descuidado al otro preocupándonos más por cómo nos sentimos personalmente que poniéndonos en los zapatos del otro para tratar de averiguar cómo puede estarse sintiendo.

Todas las parejas cometen fallas y nosotros no somos la excepción, pero quiero pensar que así como por casi dos años hemos logrado pasar por tanto, podemos seguir avanzando cada vez más conscientes de lo que ambos queremos, podemos seguir madurando y creciendo como pareja, podemos continuar aprendiendo juntos. Si no eres tú ni soy yo ya lo indicará el tiempo y el destino, pero hoy somos nosotros.

Todos piensan que las palabras valen menos que las acciones, y quizá estaría de acuerdo, pero no crean que en el caso de los escritores aplica igual, porque así como yo existen otros allá afuera que no tienen una mejor manera de expresar y transmitir lo que están sintiendo. Y para nosotros a veces las palabras tienen igual o mayor valor que las acciones. Así que este soy yo, diciendo en mi idioma y de la mejor forma que puedo “Yo nunca voy a dejar de amarte”, sólo eso, mientras te miro a los ojos para que detrás de mi mirada sepas todo lo que pienso.

Comments

  1. Now that, Juan Carlos is some serious verbiage!!! Relationships are DIFFICULT at times and require a tremendous amount of work on both sides. Both you and Nathaniel are hard core intellectuals and analysts. That can make things even harder at times. But in the end, listen rather to your heart than your brain. Your heart will always speak the truth.

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