Quisiera haber salido antes del clóset, pero no tenía caso ni lo tiene ahora.



Quisiera haber salido del clóset antes. Quisiera haberme dado la oportunidad de amar, de ser libre y feliz mucho antes de cuando dejé los prejuicios a un lado y empecé a serlo. Quisiera haber tenido el valor para aceptarme y reconocerme como hombre homosexual sin sentir miedo ni culpa. Quisiera haber hecho tantas cosas y haber hablado aunque supiera que en esos tiempos las personas aún no estaban listas para escuchar.

Tuvieron que pasar 18 años para que viera una realidad que era muy mía y me había golpeado en la moral desde muy niño cuando empecé a tener sentimientos por otros niños de mi mismo sexo y a querer besarlos, cuando me lastimaba cada que mis tíos se burlaban del apego durísimo que tenía con mi madre y cómo le rogaba que me llevara con ella cada que me dejaba en un ambiente “de hombres”. No porque les temiera, pero porque me sentía diferente a ellos. Siendo niño en los 90’s crecí sin saber qué era ser homosexual. La cultura, la educación y la mentalidad de la sociedad aún eran otras y definitivamente no existían modelos a seguir. No había atletas, políticos, empresarios, artistas o alguien con quien pudiera sentirme identificado, alguien que aunque fuera a través de una pantalla de televisión diera un discurso que me diera valor y confianza como sucede hoy.

Muy dentro de mí sabía lo que pasaba, y como muchos otros me dediqué a tener tantas novias como pudiera, a ser del grupo de los más populares, a construir un estilo de vida que convenciera a los demás de que no había nada malo conmigo. Pero la mentira que contaba no era para engañar a los demás, era para engañarme a mí mismo y sentirme “normal”.

Cuando tenía 14 años una mujer transexual (o un hombre travestido, realmente no lo sé) me tomó a la fuerza y me encerró en uno de los cubículos del baño de un balneario y empezó a tocarme tapando mi boca para que no pudiera gritar, y aunque afortunadamente no pudo llegar a más porque el novio de mi hermana entró a buscarme en ese momento, no pude quitarme de la mente que todo era mi culpa. Que era evidente que me gustaban los hombres y por eso había sido víctima de abuso sexual. No se lo conté a nadie hasta años más tarde.

Mis padres jamás lo aceptarían. Mi mamá era una mujer súper conservadora, católica y hasta entonces preocupada por cubrir apariencias. Mi padre era el típico macho mexicano que cuando hablaba de mí lo hacía llamándome “el hombre de la casa” y no perdía la oportunidad de ejercer presión psicológica cada que manifestaba lo orgulloso que estaba de su único hijo varón. No, jamás lo iban a entender, y así fue como decidí seguir callado y continuar alimentando una mentira que dentro de poco tendría que ser descubierta.

Nunca me consideré un hombre amanerado, de hecho, cuando finalmente salí del clóset unos meses después de la muerte de mi padre algunas de mis amistades y mis propias madre y hermana no pudieron ocultar su sorpresa. ¡¿Cómo era posible?! Si no parecía maricón, si era un mujeriego y nunca me encontraron jugando con vestidos y tacones. A diferencia de otros, crecí en lo que muchos ven como una posición privilegiada, tuve estudios, tuve ropa de marca, comida en la mesa, viajes, una casa grande, montones de amigos y la libertad de creer en lo que quisiera y pensar como se me diera la gana; pero aunque nunca me faltó nada no sentía la libertad de ser quien realmente era. El vacío que sentía no terminaría cuando perdí el miedo y me enamoré por primera vez de un hombre.

A los 18 años, tras declararme bisexual para no agitar tanto las aguas y tratar de que la decepción fuera menor, conocí un ambiente con el que tanto soñaba, un ambiente del que por fin me sentiría parte y que me aceptaría completamente como soy, pero mi sorpresa fue mayor cuando me di cuenta de que la discriminación y la mentira continuaban aún entre la comunidad gay. Y es que no bastaba con aceptarte tú mismo, tenían que aceptarte los demás y para eso necesitas ser guapo, tener un cuerpo atractivo, estar a la moda y vestirte bien, ser divertido y tener actitud “de perra” para que te encontraran interesante. No, a pesar de haber dado un gran paso por allá del 2005 tampoco me sentía parte de la comunidad LGBT y no miento cuando les digo que hoy en día tampoco me siento dentro.

Quisiera haber salido antes del clóset, sí, pero ¿para qué? Según un estudio realizado por la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia de 1995 a 2014 se registraron 1,218 homicidios contra personas LGBT de los cuales 976 víctimas fueron hombres, 226 personas transexuales, transgénero o travestis, y 16 mujeres. De 2014 a 2016: 202, de los cuales 93 víctimas fueron hombres, y tan sólo en 2005; mi año de “libertad”, se registraron 71 casos convirtiéndolo en el año con la tasa más alta de homicidios por discriminación.

A los 21, después de haber sido drogado y abusado sexualmente en San Luis Potosí empezó mi nomadismo para tratar de alejarme de mi atacante y olvidar el suceso. Regresé a Monterrey, me fui al entonces Distrito Federal, viví en Cancún y luego en Playa del Carmen para terminar regresando en 2013 a la ahora Ciudad de México, una ciudad más abierta, con más tolerancia y leyes que protegen mis derechos humanos. Pero la realidad es que aunque se trate de una metrópoli avanzada, la Ciudad de México ocupa el 1er lugar a nivel nacional en homofobia, seguido del Estado de México, Nuevo León, Veracruz, Chihuahua, Jalisco, Michoacán y Yucatán.

No, México aún no es un país inclusivo y tolerante por más que las autoridades nos quieran hacer creer lo contrario. Según una encuesta de Parametría el 61%, 6 de cada 10 mexicanos aún están en contra del matrimonio igualitario. La Unesco nos dice que el 67% de las personas LGBT han sido y siguen siendo víctimas de discriminación y bullying por su orientación sexual o identidad de género, y aunque sí, estos datos son mucho más graves en poblaciones con mayor índice de vulnerabilidad al delito, no deja de ser una realidad que debemos tomar en cuenta: México ocupa el 2o lugar a nivel mundial en crímenes por homofobia sólo detrás de Brasil.

Cuando era niño en los 90’s la sociedad no estaba preparada para aceptar a los homosexuales con los brazos abiertos, ¿pero lo está ahora? ¿En verdad nos protegen las tan publicitadas leyes a favor de nuestros derechos humanos? En muchos casos basta con tratar de ir a levantar una denuncia para darse cuenta de que las mismas autoridades se burlan en tu cara llamándote maricón y descalificando por completo tu testimonio sólo por ser gay, o como la semana pasada, cuando mientras caminaba con mi novio por la calle tomados de la mano una camioneta redujo el paso para alcanzar a gritarnos “putos”.

O como hace tiempo, cuando una de mis primas hizo el comentario de que le encantaría que alguno de sus hijos fuera homosexual. Nunca voy a olvidar el alboroto que causó entre toda la familia. La culpa que le hicieron sentir y el temor que me invadió cuando escuche tantas veces la estúpida frase “ni lo mande Dios”, sólo mi madre, hermana y precisamente esa prima sabían en ese entonces que yo era gay. No fue sino hasta el 22 de Mayo de 2014 en donde a través de una columna publicada en la revista digital Boy4ME; para la que escribía en ese entonces que me dirigí a mi familia directamente para decirles quién era yo. Con sudor en las manos y el corazón latiendo desenfrenadamente les envié el link al artículo a todos y cada uno de ellos.

Tenía 27 años, vivía por mi cuenta, no le pedía nada a nadie y estaba más que claro que era un adulto, pero si tardé tanto en abrirme con las personas que más quiero no fue porque tuviera miedo de lo que pensaran de mí. A mí poco me importaba lo que pasara por su mente, lo que me preocupaba era que atacaran a mi madre y la culparan por algo en lo que ni ella ni yo tuvimos responsabilidad alguna. Por años me fui a la cama en medio del llanto, sintiendo coraje, confusión, culpa y cada vez más deseos de ser y sentirme completamente libre, por años pensé que mi familia (católica y regia) nunca lo entendería, pero la realidad fue otra cuando comprendí que mi madre había vivido su propia vida, que ella había tomado sus propias decisiones y que éstas la llevaron al lugar en donde estaba, y lo más importante: que ninguno de esos factores tenía que ver conmigo.

Sí, quizá existen muchas familias allá afuera que constantemente hacen comentarios que degradan y atacan a los homosexuales, pero probablemente sea porque no saben que entre ellos existe alguien gay a quien aman y conocen bien. No saben la manera en la que lo están lastimando y no saben el daño que pueden causar en su confianza, amor propio y seguridad. La mía lo entendió enseguida y aquellos que no lo hicieron no tuvieron más que respetarlo, porque el mensaje es muy claro cuando una persona tiene el valor de aceptarse a sí mismo; no hay crítica que lo pueda dañar de nuevo.

Algunos amigos se alejaron de mí por ser gay, al día de hoy tengo familiares (pocos) que pretenden que no existo y prefieren ignorarme cuando me ven, pero estoy bien con ello porque su opinión me es irrelevante. Con el tiempo dejó de importarme lo que otros pensaran de mí o si les parecía correcto mi estilo de vida, con el tiempo dejé de preocuparme por el hecho de que mi actitud muchas veces calificada como heteronormada despertara críticas e insultos por parte de conocidos que creían que para ser gay tenía que actuar de cierta manera o de lectores que ni siquiera me conocían y opinaban que la forma en la que vivo mi homosexualidad no era la correcta, de la misma manera con el tiempo perdí ese miedo adolescente e infundado a que por ser gay se me relacionara con personas transexuales, travestis, transgénero o afeminadas, perdí el miedo a que los demás pensaran que era un pervertido, un anormal, una aberración de la naturaleza o hasta un pedófilo. Con el tiempo aprendí que las personas atacan aquello que no pueden comprender.

Es curioso como los homosexuales seguimos siendo una minoría, y a pesar de ello otras personas que en su momento se encontraron en la misma situación continúan queriendo privarnos de nuestros derechos y bloquear nuestra felicidad. ¿O todas esas mujeres homofóbicas ya olvidaron esos tiempos en los que ni siquiera se les permitía votar porque no se les consideraba inteligentes o su opinión relevante? ¿Acaso los negros ya borraron de su mente el infierno que tuvieron que pasar para ser siquiera considerados personas? ¿Qué me dicen aquellos católicos que tienen parientes, hijos o hermanos con alguna discapacidad y luchan todos los días para evitar que algún comentario estúpido los lastime? Por más que quieran negarlo ustedes también son minorías y víctimas de discriminación, no lo olviden y no esperen el día en que nos maten para cambiar su mentalidad y profesar su amor.

Hace unos días compartí en Facebook la experiencia que tuve con una señora en la fila del súper a la que su hijo discretamente le preguntó si lo dejaría tener el pelo largo. Yo estaba delante de ellos con los audífonos puestos pero la música en un volumen muy bajo, la mujer, de pelo extremadamente corto y jeans de mezclilla ni tarda ni perezosa le contestó con un rotundo NO, porque eso era “de mujeres”. El chiste se cuenta solo, porque si vamos a enseñarle a las nuevas generaciones que algo es exclusivo de hombres o de mujeres, entonces las madres carecen de autoridad moral para hacer ese tipo de comentarios si adoptan modas “masculinas” si son ingenieras, abogadas, empresarias, si quieren dedicarse a la tecnología, ser el jefe del hogar o hasta usar pantalones o ropa azul. Lo mismo con los hombres si llevan el pelo largo, si cocinan, si son intendentes de limpieza, padres solteros, si utilizan ropa rosa o ven telenovelas.

No es que la ideología de género esté pasada de moda, no, porque nunca fue una moda. Se encuentra en nuestra mente, en nuestros miedos e inseguridades, en el rechazo hacia aquello que no entendemos o conocemos, en la educación llena de ignorancia y la falta de información. No hay día en que las redes sociales no nos muestren gente quejándose de injusticias, mujeres abandonadas por el hombre o el deseo de un México con un mejor gobierno, con mejores niveles educativos y mejores oportunidades para alcanzar el éxito. ¿Pero realmente qué es el éxito?

Para ti quizá sea un trabajo chingón en el que ganes muy bien, fama, reconocimiento, lujos materiales, encontrar el amor, viajar por el mundo o tener un carro del año. Para mí, el éxito es tener la capacidad de pensar libremente, de amar a quien se me dé la gana, es ser feliz y tener la oportunidad de tomar mis propias decisiones. Quisiera haber tomado la decisión de ser libre y fiel a mí mismo desde antes, ahorrarme todo el sufrimiento y el dolor, la preocupación por lo que otros pensaran de mí y el tan temido rechazo. Pero todos vivimos en ritmos y realidades diferentes.

La cuestión es sencilla; si una persona no puede respetarte y aceptarte como eres, así sea miembro de tu familia, un amigo o alguien cercano, no te quiere. Y aunque el camino sea difícil, lo que debemos entender es que la única persona en este mundo que tiene que aceptarnos, respetarnos y querernos como somos es uno mismo y los demás son lo de menos.

Si hoy pudiera hablar con mi yo de 14 años aún dentro del clóset, le diría lo siguiente: Deja de preocuparte tanto por las opiniones de otros, vas a crecer y madurar, vas a caer y a levantarte mil veces, vas a conocer el odio pero también el amor propio y cuando eso pase vas a ser feliz, vas a encontrar a personas que te amen por el hecho de ser tú, vas a ver que no todo era tan complicado y que no importa cuantas veces tengas al mundo en contra, siempre que te mantengas fiel a ti mismo, a tus sentimientos e ideas, vas a salir adelante.

No eres tu madre, tu padre o hermanos, no eres la idea que te han hecho creer de ti mismo, no eres esa persona que ellos esperan que seas, no eres perfecto y no necesitas serlo. Todo lo que necesitas es decidirte a ser tú, a honrar tu verdad y seguir luchando por lo que quieres. No necesitas cumplir con las expectativas de nadie porque así como no hay manera correcta o errónea de ser humano tampoco la hay para ser gay. La homofobia seguirá existiendo hasta que los miembros de la sociedad dejen de ver sólo por sí mismos y por sus intereses y es lamentable, pero más lamentable es que sean el miedo, la culpa y las opiniones de otros los factores que detengan tu camino hacia la felicidad. Aceptarte puede hacer que aceptes a otros sin prejuicios y no hay sociedad que triunfe si no es a través del ejemplo, el respeto y el amor.

Como diría uno de los grandes genios de la música de nuestros tiempos, Taylor Swift: “Deja de preocupar a tu hermosa mente y entiende que la gente siempre le va a arrojar piedras a todo aquello que brilla, pero no pueden tomar lo que es nuestro. La vida hace que el amor parezca cosa difícil; hay mucho en juego, las aguas son turbias, pero este amor es de nosotros.”

Todos lo sabemos y hasta Dios lo sabe; los gays brillamos con luz propia y el resplandor es fuerte. Unidos somos mejores. Y no importa qué “tipo de gay” seas, no dejes que nadie apague tu luz.


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