Los Filósofos Viven de Noche



Todas las luces se apagaron, la puerta de la recámara principal se cerró y a pesar del ruido proveniente de la calle, en el interior reinó el silencio. La tenue luz iluminaba desde afuera a través de las cortinas de carrizo en los ventanales del departamento, el incienso estaba próximo a apagarse y las bestias se habían dormido hace un rato ya. La tranquilidad de la noche había llegado de nuevo, y aunque el panorama parecía despejado decidieron esperar 13 minutos más para asegurarse de que alguno de los gigantes no tuviera la necesidad de ir al baño a eliminar sus virtudes.

Tan pronto como pasó el tiempo acordado por ambos, Galeno cerró el pergamino que tenía posado sobre su regazo y lo aventó al horizonte, el pesado volumen golpeó el  lado de una de las velas, que siempre permanecían prendidas por la noche. La vela tambaleó un poco ante el impacto pero recuperó su postura en seguida.  

-          ¡Te digo que una de estas noches vais a mataros a todos! ¿No podéis encontrar una manera más sutil de demostrar vuestro enojo?

Vesalio bajó sutilmente de su pedestal, ubicado al otro lado de la mesa y en completa simetría con el de su visiblemente molesto compañero.

-          ¡Nada! ¡Esta noche no hay nada! Ningún debate o charla interesante que vosotros podamos discutir. Hoy mismo ambos terminaron de leer sus libros. ¿Y en dónde hablaron de ellos y discutieron sus puntos? ¡En la habitación! –Galeno caminaba de un lado a otro de la mesa sufriendo lo que parecía ser un ataque de ansiedad– Sabéis bien que es poco lo que se escucha hasta acá, y más con esas bestias… ¡Esas bestias! Las abriría en este mismo momento tan sólo para recordar viejos tiempos.

Dejando el calamar que llevaba en las manos sobre una piedra en forma de corazón a su derecha, Vesalio avanzó dando saltos hasta acercarse a la vela encendida frente a él. Colocó sus manos ligeramente cerca de la flama y las frotó entre sí, respiró profundo y dirigió sus ojos hacia Galeno.

-                  Que te tranquilices, te digo. Al momento en que vean que te mueves serás asesinado, no tienes ninguna posibilidad contra ellos. Además sigo sin entender por qué los odiáis tanto, son tan divertidos e inteligentes que me han hecho redactar mentalmente varias teorías sobre el comportamiento animal. 

-                   ¡Vaya! Que ahora me vais a decir que ese par de bestias son inteligentes, ¡mirad cómo se comen su propio excremento! -replicó Galeno mientras brincaba para sentarse en la maceta de un helecho.

-                   Si no te calmas patearé esta caja de fósforos para despertar a los perros. –La pierna de Vesalio se posó rígidamente sobre la caja de cerillos-. Seguro así te tranquilizas, pero vamos, que no quiero llegar a tanto. Será mejor que os calmeis.

-                   ¡Pero mirad qué mallas tan extraordinarias! Y esa faldita… -Galeno brincó de nuevo a la mesa, rodeando el misterioso jarrón de la india al centro de la mesa, acercándose a Vesalio en un tono burlón.

-             ¡Que eres un chiquillo, te digo! Estamos en el Siglo XXI Galeno, ¿acaso no habéis escuchado a los gigantes hablar de los hombres volviendo a usar faldas de nuevo y de la revolución de la moda?

Galeno avanzó un poco más pasando los cuarzos de protección en la mesa, hasta llegar frente al incienso. Miró por algunos segundos cómo se consumía y después de percibir el aroma lo apagó uniendo las palmas de sus manos alrededor del palillo.

-                     Si queréis que me tranquilice no habléis más de los gigantes por hoy. Mi decepción es inmensa y no creo poder manejar el enojo.

-                   Vaya drama que sois, mi estimado compañero de vida, ¿cuándo vais a entender que no eres Galeno? Eres una figura, una estatua, eres parte de la decoración de este departamento. ¡Antes de que llegarais aquí ni siquiera poseías conocimiento del personaje por el que fuisteis creado!, sólo eras cerámica amigo mío. –Vesalio brincó cerca del cenicero, tomó un porro que aún tenía vida y lo acercó a la flama de la vela dándole un jalón.

-             Claro, ¿cómo no vais a pensar que sois tan poca cosa si te la pasáis fumado cada noche?  

-                Que deberíais probar, te digo. –exhaló el humo agradeciendo ser una figura de cerámica blanca en su totalidad, sus ojos no se pondrían rojos de repente-. En fin. Admito que hoy no hubo aprendizaje y que también me cabreó un poco que pasaran casi todo el día en la habitación. Pero venga, que ellos no saben que sus conversaciones son lo que os mantiene entretenidos y os brinda debates nocturnos. Vosotros deberíamos entenderlo, Galeno, según lo que nos han contado de vosotros hasta ahora.

-                  Seguid convenciéndote a ti mismo de que sólo sois una figura de cerámica. ¡Yo soy Galeno! Maestro y erudito de la anatomía humana, por siglos el mundo mejoró gracias a mí, ¡y sin mi trabajo vosotros no seríais nada! La medicina de este Siglo XXI me lo debe todo… -de ser posible, el filósofo se hubiera puesto rojo de coraje.

-               Y aún así seguís siendo una figura de cerámica –Vesalio seguía tranquilo paseando entre la mesa, acariciando la pequeña sábila que vivía dentro de una matera o contemplando; como cada noche, las fotografías de la mesa-, ¿cuándo lo vais a ver? Todo eso lo sabéis porque de alguna manera terminamos en manos de gigantes que nos han dado vida e historia, ¡mirad en donde estáis! Llamadlo como queráis, pero esta mesa de centro es un altar…

-              Las plantas son más importantes que vosotros Vesalio, incluso a las fotografías les prestan más atención…

El rostro blanco de Galeno se llenó de tristeza, por primera vez en los años que llevaba de existencia se había dado cuenta de que en verdad sólo formaba parte de la decoración. No era Galeno, el genio y filósofo nacido el 129 d.C. y cuyas obras aún no han sido traducidas por completo y siguen brindando datos impresionantes para el avance de la medicina, no, sólo era una figura representativa. Con vida, pero sin alma.

-                   Galeno, querido hermano, los gigantes os han hecho inteligentes y os han puesto en tal lugar que ni los perros, o las bestias como los llamáis, se pueden acercar a vosotros. Sí, vaya, que a veces se cagan muy cerca, pero los dos sabemos que eso es culpa entera de los gigantes cuando duermen hasta tarde y no los sacan a tiempo.

Vesalio hablaba mientras trepaba en la maceta de un árbol de uva.

-              ¿Y qué culpa tenemos vosotros de su descuido? ¡El olor de su excremento me invade           por todos lados! –Galeno brincaba la cuerda con el cable cargador de una bocina.

    Uno de los perros despertó al escuchar ruido, sus orejas se levantaron inspeccionando el área y tras estirarse un poco salió de su cama junto al baño y caminó en dirección a la sala, mirando de un lado a otro todo el tiempo aún un poco adormilado, pero atento.

    Llegó a la puerta del departamento y olfateó por un rato, miró hacia la recámara principal y vio que la puerta estaba cerrada. Continuó su rondín por la cocina, la ventana estaba cerrada también, nada parecía sospechoso. Caminó entre las patas de la mesa de picnic que funcionaba como comedor y se asomó por los ventanales; que estaban casi al nivel del piso,  revisando que nada extraño estuviera sucediendo afuera del viejo edificio.

    
    Pasó junto a una palmera que adornaba la esquina con la mejor vista del departamento y pensó seriamente olfatearla por un rato, sabiendo que terminaría mordiéndola de nuevo y su mejor amigo se enojaría demasiado con él, así que se aguantó las ganas y siguió de frente. Era un perro inteligente, pero lo suficientemente tonto como para pasar por alto que, en la mesa de centro, la figurilla de Galeno tenía un cable en la mano y Vesalio trepaba por un pequeño árbol de uva. Al no notar nada extraño regresó arrastrando las patas de vuelta a su cama para acostarse encima de su hermano perruno.

     13 minutos después Vesalio empezó a bajar de la planta cuidando no rasgarse las medias. Saltó de la maceta a la mesa y dando brincos volvió a la piedra en forma de corazón en la que había dejado su calamar.

-                                 Las plantas se comunican, amigo mío. Crecen o mueren, dan signos de vida, pero vosotros… vosotros estamos condenados a ser simples adornos para los gigantes. Pero vamos… que al menos yo agradezco que sus conversaciones sean inteligentes y nos hagan debatir.

 -                  Cuando las tienen en la sala… -Respondió Galeno aún triste y recogiendo su pergamino a un costado de la vela.

-                                 Ya habéis escuchado que quieren hacer de la sala un mejor espacio, son jóvenes y están construyendo un hogar Galeno, no podéis decir que vuestro espacio no ha mejorado tanto como vuestra inteligencia.

   Se sacudió el poco polvo de su ropaje e hizo una reverencia ante las fotografías de los padres de uno de los gigantes antes de dirigirse de regreso a su pedestal.  

-                           De acuerdo. He de admitir que, como padre de la medicina, entiendo que algunos de sus espíritus no estuvieron funcionando correctamente el día de hoy; y esa fue la razón por la que os privaron del conocimiento y el debate esta noche al permanecer todo el día en la habitación. –Galeno sostenía con una mano el pergamino y con la otra la pesada túnica que llevaba puesta.

-                      ¿Que nos privaron del debate, habéis dicho? Hemos debatido por los últimos minutos, quizá no de autores, libros, política, religión o ciencia como todos los días, pero debatimos y charlamos acerca de lo más importante, del ser.

-                       ¿Y cómo es que hemos aprendido del ser esta noche? Veamos si el alumno ilumina al maestro… -Galeno lo miró curioso-.

-               Hoy me habéis iluminado y compartido más de vuestro ser que nunca, vulnerable Galeno. No es necesario que hagáis más. Descansa ahora, que las velas están por apagarse.

Galeno continuaba confundido tratando de entender lo que le había sido dicho cuando empezó a caminar hacia su pedestal, simétricamente acomodado al igual que el de Vesalio, y de todo lo que se encontraba en la mesa. El leve viento que entraba por una de las ventanas estaba a punto de apagar las velas, y mientras la flama se extinguía poco a poco, Vesalio y Galeno; ya en posición sobre sus pedestales, se miraron el uno al otro dándose las buenas noches y agradeciéndose el conocimiento adquirido, mientras sus cuerpos volvían a su forma rígida habitual.

Al día siguiente las sillas de la sala llegaron, haciendo de ese espacio en el departamento por fin un lugar cómodo y común para trabajar, platicar, leer o pasar el rato. Los perros olfatearon las sillas en cuanto las tuvieron a su alcance, y antes de regresar a su cama junto al baño uno de ellos miró hacia la mesa de centro frente a las sillas, podría jurar que notó una leve sonrisa en el rostro de la figurilla de cerámica de Galeno.

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